09 abril, 2010 | |

La Casa
















Hacía seis meses que estaba viviendo con él. Kevin no parecía molestarse por el bebé, que era tranquilo cuando no tenía hambre.
Le gustaba la casa … o mejor dicho, las cosas de la casa: la cama antigua, algo angosta para dos, una manta verde bien gruesa con tres quemaduras de cigarrillo (de sus tiempos de soldado, había dicho él), un reloj descompuesto con el que a veces dejaba jugar al bebé, varios libros que, aunque no sabía leer, se daba cuenta que estaban en el idioma de Kevin.
Sabía que él se iba a ir …. claro! Quién querría quedarse en ese pueblo? Por eso, ella había ido llevando de a poco algunas cosas a su escondite en el monte: primero una lamparita, después una cuchara. Él era bien distraído. Leía, salía a caminar, comía poco. Como para no extrañar tanto cuando llegara el momento, al escondite lo acomodó casi como un espejo de la casa: la mesa aquí, el reloj en aquel rincón.
La tarde en que se llevó la manta verde, tuvo miedo. Y con razón: Kevin no apareció. Esperó hasta la madrugada. Resignada, juntó sus pocas cosas y las del bebé y se fue al escondite. Aunque triste, se felicitó por haber se preparado para este día. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio a Kevin durmiendo tranquilamente bajo la manta.

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