16 noviembre, 2009 | |

Pasaje












Mañana de mierda, gris, desangelada. De la habitación al quirófano, unos 20 metros. A pesar de la camilla desvencijada en la que apenas cabía, de la frazada a cuadros que seguramente había conocido mejores tiempos, de la ominosa cofia que solo dejaba ver su cara lavada, transparente, ella avanzaba como una reina. Su séquito la fue despidiendo en silencio casi reverencial. Algunos alcanzaron a tocarle apenas la punta de los pies, como se hace con las imágenes de vírgenes y santos mientras se murmura el pedido de alguna gracia. Ella giraba la cabeza suavemente hacia uno y otro lado, administrando con condescendencia medias sonrisas, palabras sueltas. Si alguno tenía la suerte de ser nombrado, se sentía íntimamente bendecido. La enfermera, percibiendo la solemnidad de la escena, empujaba la camilla con lentitud. Finalmente desapareció detrás de las puertas traslúcidas, mientras el mundo se volvía de repente un lugar ajeno y vulgar.

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