09 octubre, 2008 | |

La Malamada


El bolso se le quedó trabado en la puerta del ascensor. Es que estaba apurada por llegar a casa y sentarse a llorar sin más testigos que su gata Catalina. Puteaba por dentro porque sabía que no debió haberse puesto rímel (bah … en realidad, ni siquiera debió haber salido de casa). Otra vez ese conocido dolor en la boca del estómago, y la seguidilla de noches interminables y amaneceres de ojos hinchados. Por qué estos malos amores repetidos? Qué había en ella que conjuraba estas historias? Será que parecía necesitar algo? Amor, afecto, protección? No era más linda, o más inteligente, o con más curvas que otras, tal vez sí más frágil. Entonces corrían los príncipes azules a ofrecer sus capas, espadas y coronas. Ella aceptaba. Quién podría culparla? Y por un rato, se cumplía su sueño de ser el centro del universo, de su pequeño universo de papel glacé. Después, “pase por caja”: tarde o temprano, le muestran que en realidad esperan adoración total y sumisión incondicional. Pero cómo! … y el amor? Bien, gracias, seguramente quedó en otra parte. En ese momento se da cuenta que nada es suficiente: ni lo que dio, ni lo que se bancó. Y que, para colmo, pasó el tiempo, y ella, que ya no es una nena, no sabe jugar a otro juego. Bueno, al menos, aprendió a tener siempre a mano varias cajas de pañuelos de papel, dos botellas de licor y el teléfono de la heladería. Y a la gata.

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